Nunca fui pesimista, pero si un poco previsora y tal vez alternativa, al morir mi madre, todos hablaron por ella, si tengo la oportunidad, prefiero dejar mi propio mensaje, sin tantas lágrimas ni pesares, la mejor herencia es siempre un gran amor en ausencia de culpas y sin ellas espero aliviar la mitad de su duelo.
Si tengo que partir mañana, no quiero más que el llanto necesario para que sanen mi ausencia, ni se preocupen por mis restos, lo que fui me lo llevo y les dejo puro sentimiento, porque más que templos, quiero verlos felices y superando, así entonces enaltecerán mi trabajo.
De paso les digo que si bien los ame indiscriminadamente, no me inmaculé el día que fui madre, que me apanique al igual que su padre, que quise salir corriendo al ver perder mi libertad, pero en cuanto los tuve en mis brazos, entendí que tenía la perfecta oportunidad de cuidar la misma inocencia con la que nací y que hasta culpable me sentí de no haberles preguntado si conmigo querían vivir, de ahí nació mi entrega esa que surge de aquello que nos cuesta trabajo y asumimos como responsabilidad, para en seguida transformarse en amor, sin sacrificios, porque amarlos fue siempre mi elección, la más sublime de las que tuve, no sean entonces, tan severos el día de mañana con sus miedos.
Solo deseo al partir, que puedan consigo mismos y que no se vayan de aquí sin vivir, que aprendan a amar sin restricción y a dejarse querer de la misma manera, que rehúsen a la tristeza y a la poca dignidad, que no se queden solos y aprendan a ceder, porque fácil es vivir para sí, pero cada uno necesita su par, nacimos completos pero dispuestos a compartir, a vaciar el amor que producimos y a recibir de la misma manera.
Todo tiene su tiempo y cada semilla necesita de su propia tierra al estar lista, así pues, los dejo en libertad más no en soledad, porque las Madres no se van, solo cambian de afuera hacia adentro, de palabras a intuición y de un espacio al corazón.
Con el amor y la sonrisa de siempre: Mamá
Lucia T. Noriega
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